viernes, 9 de diciembre de 2016

Ceremonia de entrega de los Premios Copé - 2016

La ceremonia se llevó a cabo el día 6 de diciembre de 2016 en las instalaciones de Petroperú. En este video se ven los momentos preliminares y la premiación en sí del Copé de Cuento, con la respectiva entrega de cheques y trofeos.a la entrega de premios.



A continuación el sentido discurso del ganador del Copé de Oro, Santiago Merino Acevedo.



Finalmente, la lectura del discurso enviado por el ganador del Copé de Ensayo, quine no pudo asistir por encontrarse en Francia.

lunes, 7 de marzo de 2016

La literatura infantil y yo

En noviembre del año pasado, me propuse escribir un libro para que lo lea mi sobrina de siete años. Lo  terminé en diciembre, pero lo que debía ser un libro infantil terminó siendo un libro para niñas de 11 a 12 años, de modo que mi sobrina tendrá que esperar. Además, el argumento exije una precuela, que recién he empezado a escribir, la cual, para remate, va a tener que ser para mayores de 14 años.
Pero esta incursión en la literatura para niños no es la única en la que estoy enfrascado. El ICPNA ha convocado a un concurso de cuento infantil (para niños de 6 a 10 años, dice), por lo que decidí escribir una obra aparte. Hay que decir que el término "cuento" es un poco ambiguo en este concurso, porque se piden de 15 a 25 páginas en Arial 12 a espacio simple. Veinticinco páginas así, con ese espaciado y un margen promedio, son aproximadamente de 11,000 a 12,000 palabras.
Al prinicipio, no me gustaba el inicio pesimista de mi cuento (cuyo nombre aún no he decidido). Pensé que los niños no se engancharían, ya que son pequeños seres humanos ávidos de aventura; pero empecé a revisar las publicaciones del ICPNA y resulta que el libro ganador del 2012, "El baúl de la abuela Margarita", empieza describiendo un velorio, así que mi trabajo se quedará como está. Haciendo un resumen, mi cuento habla de una niña que pretende hacer el bien a toda costa, sin medir las consecuencias; al final, descubre que eso no es posible, pues las cosas no funcionan así en el mundo.
Luego de leer los trabajos publicado por el ICPNA, resolví viajar al pasado para revisar otros ejemplos de literatura infantil en el Perú, empezando con "La noche de los Sprunkos", de César Vega Herrera. Resultó ser un trabajo para pequeños no mayores de 9 años, en el cual unos seres fantásticos aparecen en un patio y empiezan a jugar con un par de niños. Cada uno de estos seres tiene una característica que los distingue entre sí, como los enanitos de Blanca Nieves o, incluso, los Pitufos. Pero, al carecer de argumento, la obra aparece desfasada hoy día, en que se exige de estos libros una trama (por ejemplo, descubrir un tesoro, hacer justicia, resolver un misterio, etc.). Además, casi toda la segunda parte del libro se deshace en una "lección de historia" sobre el descubrimiento de América que no hace más que rellenar papel. Este libro fue premiado en 1968, pero seguramente hoy no obtendría nada, por estar al margen de las tendencias actuales.
Es sabido que los libros infantiles peruanos más abundantes son los que tratan de animales u objetos que hablan (Chimoc, Fic, la serie de los títeres de Jorge Tume, etc.). No hablaré del más exitoso, "El delfín" ni de su parecido con "Jonathan Livingston Seagull" de Richard Bach, pues eso se resolvió en los tribunales (se llegó a un acuerdo de monto desconocido, se prohibió la publicación del libro en los Estados Unidos y Editorial Norma se comprometió, ante el juez de distrito Robert Lasnik, a no publicar más "El delfín" a partir del 3 de marzo de 2011), así que, dejándolo aparte, me metí al local de la Biblioteca Nacional en Javier Prado a "chequear" lo que publica la editorial con más presencia actualmente en este mercado, es decir, Altazor.
Los encargados de la sala Lohmann deben haber quedado extrañados cuando empecé a sacar, uno tras otro, los libros de la elefanta Flor (esa que dice "Nu" en lugar de "No"), de Miguel Vallejo. Posteriormente, empecé a revisar relatos afines de otros autores (como la serie del perro Valentino, de Marcos Rujel). El que me gustó más fue el que narra el encuentro entre la elefanta Flor y la elefanta Phula, pues tiene un elemento cosmopolita y me agrada cuando un autor peruano intenta algo así, porque, en líneas generales, hay un marcado regionalismo en los trabajos contemporáneos de literatura infantil en nuestro medio.
En cuanto a los relatos sobre niños en su ambiente natural, sin elementos fantásticos, haciendo cosas comunes, me parece que son cada vez menos originales. En el extranjero, incluso, el tema ya parece  agotado desde la serie de libros de Ramona, escritos por Beverly Cleary. En la actualidad, aún cuando los relatos se desarrollen en ambientes naturales, debe haber fantasía o será difícil atraer a un niño promedio. La cosa es peor aún cuando los autores se agarran del tema del bullying, cosa verdaderamente insufrible en un libro para los más pequeños. Otra cosa que no me preocupé en revisar con profundidad son los relatos ambientalistas, por ser un tema que ofrece pocas posibilidades de lograr originalidad.
Finalmente, pocos autores locales intentan colocar a sus personajes en mundos o reinos imaginarios, como hace, por ejemplo, Cosme Saavedra en "El cencerro dorado". En cuanto al libro que escribí para mi sobrina, está ambientado en la Europa medieval, por la sencilla razón de que contiene reinos, princesitas y castillos que aquí nunca los hubo. Personalmente, creo que muchos no se atreven a publicar cosas así porque serían tildados de ser coleccionistas de catálogos navideños de Saga Falabella. Resignémonos, ningún peruano creará jamás un reino como el de Narnia, aunque muchos dirán... ¿y qué? Esa indiferencia tal vez ese sea un motivo por el que los niños prefieren el material audiovisual. Yo creo que hay que dejarse de parámetros (que se están empezando a ver también en los cómics nacionales) y construir universos. Estamos en el siglo XXI, y eso es lo que yo entiendo cuando pienso en escribir literatura infantil hoy día.

sábado, 27 de febrero de 2016

Por una palabra (Cuento)

Habían transcurrido casi treinta años, pero nos reconocimos el uno al otro de inmediato, como si nos hubiéramos visto el día anterior. Cuando éramos cachimbos de Derecho en San Marcos, ambos solíamos almorzar juntos para debatir sobre cualquier cosa; en esa época, en el inicio de nuestras carreras, éramos casi inseparables. Entonces, él tenía el rostro escaso de vellos; ahora lucía barba, pero ese cabello rizado y su caminar eran inconfundibles. Conservaba, incluso, el mismo tipo de chaqueta y cinturón que en los años ochenta. 
— ¡Compañero Roque! — fue lo primero que exclamó, cuando me tuvo al alcance de sus gafas. Procuré no permanecer estático, cosa que logré con mucho esfuerzo. 
 — ¿Compañero Vidal? 
— ¡Pero, cómo! ¿Así, con interrogación? — preguntó, sorprendido por mi aparente ecuanimidad. Su rostro estaba matizado con una sonrisa, los dientes amarillentos mostrándose ampliamente, en señal de suficiencia. 
La humedad perseverante de la tarde me obligó a invitarlo a un bar cercano, donde elegimos probar el pisco sour. Allí nos relatamos lo que hacíamos actualmente: yo en un estudio jurídico de San Isidro, él en un taller mecánico. En ese preludio noté que, de vez en cuando, él miraba hacia afuera, como si algún aroma familiar lo llamara desde la avenida. La pequeña charla preliminar no duró mucho, pues era obvio que estábamos allí para abordar nuestros años en la Facultad. 
— ¿Y? ¿Llegaste a publicar algún libro? — preguntó él, con interés. 
— No, apenas un par de artículos para una revista legal…
 — ¡Pero si tú eras el poeta de la clase! Eras prácticamente un columnista de pizarra. ¿Por qué dejaste de escribir? 
— Faltaba más amor, compañero… a veces las cosas no salen como uno quiere. 
— ¡Nada de amor, te faltaba cancha! No sé cómo te graduaste de abogado, si le tenías miedo a la gente, por eso ni te subías al "burro". 
— Y tú, no sé cómo hacías para conquistar a las féminas con tu afligida música de Víctor Jara. 
Reímos de eso, mientras el poder agrio del limón abrasaba nuestras gargantas. Vidal bebía muy lentamente, aún para un trago corto. Hubiera preferido que la reunión fuera rápida, pero evidentemente él no lo quería así. 
— A propósito de música — continuó —, ¿recuerdas cuando te llevé al depósito de la radio, en el segundo piso de esa casa en la Avenida Wilson? La radio caleta, donde había que subir por una escalera de caracol. 
 — Claro, donde ustedes guardaban el material de "La Hora Rebelde". 
— He pasado por allí y parece que no queda nada, carajo… ni siquiera la antena. 
No quise recordarle que, en ese olvidado lugar, él y su gente guardaban otras cosas, aparte del material radial, cosas en las que me fijé sin que él se diera cuenta. Mucho menos le mencioné que, algunos días después de esa visita, ocurrió el atentado contra el local de Acción Popular, a una cuadra de allí. Preferí dejar que siguiera hablando, con la esperanza de que cambiara de tema. 
— ¿Recuerdas que eras hincha del PPC? — me preguntó —. No hacías más que repetir lo que decía el "Tucán" en su campaña; por ejemplo, repartir los excedentes de las exportaciones entre los municipios provinciales… 
— Sí, y tú te matabas de risa, huevón. ¿Tan inocentón te parecía? 
— Mira hacia el pasado y respóndete. Pero yo seguía debatiendo contigo, no porque me divertías, sino porque sabía que tú eras uno de los pocos que no me llamaba "facho" a mis espaldas. Pero dejemos eso. Dime… ¿llegaste a ganar los Juegos Florales? 
— Una vez quedé tercero en poesía. Lástima que no pudiste mandar tu poemario… Fue un tremendo error decir eso. Sus cejas arqueadas me indicaron que era demasiado tarde para cambiar de tema. 
— Claro, no pude — respondió —. Justamente entonces vino la redada en esa quinta, cerca al Correo Central, donde no quisiste entrar… ¿Por qué te quedaste afuera? ¿Te chupabas, acaso? 
— Me pareció peligroso meterme así nomas… y a esas horas. 
— No seas pendejo, tú vivías por Amazonas, cerca del puente… y en la quinta todos nos conocíamos: el compañero Danilo, el "Franciscano", la camarada Violeta… 
No pudo evitarse. Tarde o temprano, tenía que aparecer esa palabreja: "camarada". Una palabra que odiaba entonces y más con cada explosivo que estallaba en la ciudad, con cada gota de sangre que cubría los cuerpos en los noticieros, un desprecio que Vidal conocía muy bien. "Camarada, camarada". 
 — Tenía que llegar temprano a mi jato para ver a mi hermana. Te había dicho que tenía problemas con su embarazo… ¿lo recuerdas? — le dije, con la mirada baja, como escudriñando la copa. 
— No, no fuiste — insistió Vidal, llevándose el resto de la bebida a los labios, dándole el último adiós a las pocas gotas que se aprestaban a ser consumidas —. Después me enteré que te fuiste a dormir a la casa de tu cuñado, en Magdalena. Eso me lo contó el "Franciscano", el único que logró escapar. Entonces levanté la vista. 
La sonrisa de su rostro ahora se mostraba irónica, casi de satisfacción. Se incorporó, diciendo que tenía prisa. Pagué las bebidas y al salir me manifestó su gusto por haberse encontrado conmigo, pero sin borrar ese semblante expresivo, esa faz de granito. Eso me dejó pensando; por ello, al llegar a la esquina miré hacia atrás y allí estaba, hablando con otra persona, alguien que no se veía muy diferente a él. Entonces, camino a mi hogar, empecé a pensar en cuánto valoraba no solo a mi familia, sino a mi propia vida, pues estaba claro que Vidal sabía perfectamente que fui yo quien los delató. 
 Habían transcurrido casi treinta años, la mayor parte de los cuales Vidal los pasó en prisión, condenado por actos de terrorismo, a raíz de las declaraciones efectuadas ante la fiscalía por un testigo protegido, pero nos reconocimos el uno al otro de inmediato, como si nos hubiéramos visto el día anterior. Cuando éramos cachimbos de Derecho en San Marcos, ambos solíamos almorzar juntos para debatir sobre cualquier cosa; en esa época, en el inicio de nuestras carreras, éramos casi inseparables... 

(Imagen tomada de : http://rumbossemanario.blogspot.pe/2011/06/desmantela-policia-federal-estacion-de.html)

sábado, 6 de febrero de 2016

Vinilos en el espacio

 
El 27 de enero de 2015, el astrónomo británico Daniel Huber anunció que su equipo y él descubrieron el sistema planetario más antiguo de la Galaxia, que denominaron Kepler 444, con 5 planetas: Kepler 444-b hasta el f, que podrían ser habitables. Si pudiéramos llegar hasta allí, viajar 13,000 millones de años al pasado y tuviera que quedarme a vivir solo en una estación espacial experimental durante un mes (es decir, poca cosa), llevaría los siguientes discos:
1) "The rise and fall of Ziggy Stardust and the spiders from Mars" - David Bowie. Hasta la reciente reaparición de los vinilos en el mercado, nunca había tenido esto en ese formato. Una vez, a finales de los setentas, un primo trajo un cassette, pero no recuerdo mucho de esa primera escucha. En realidad, la primera vez que lo escuché completo fue en CD, pero da lo mismo. Es una de esas cosas que hacen mérito a todo lo bueno que se dice de ellas. Gracias a Dios que Mick Ronson estuvo en la guitarra.
2) "Time" - Electric Light Orchestra. Una de las cosas más injustamente nguneadas en los ochentas. Yo escuché esto completo, por primera vez, en Radio 1160, en medio de un apagón, porque existía entonces el programa "Casseteca 11" y tenía una radio a pilas. Con las luces obligatoriamente apagadas, el concepto me pareció fascinante, al punto de esperar con ansias la edición nacional, que se editó aquí después de tres meses. Ahora lo escucharía en una cabina espacial mirando a cualquier planeta desconocido, de preferencia de color azul.
3) "The turn of a friendly card" - Alan Parsons Project. Este es uno de los trabajos más destacados de este grupo, para mí el mejor: La suite del lado B la tomé como algo indispensable para mi colección. Hay algo especial en las melodías de Woolfson (fallecido el 2009) para este álbum que sobresalen sobre las de discos anteriores. es tan bueno, que "Eye in the Sky" fue hecho con ideas sobrantes de este disco.
4) "Two sides of Leonard Nimoy" - Leonard Nimoy. No iba a dejar en tierra al Dr. Spock. Escuché sus grabaciones por primera vez con la llegada del internet, allá por 2002, bajando algunos tracks a través de un desaparecido sitio de intercambio musical llamado Audacity. A decir verdad, no sabía que había grabado nada hasta ese año; me enteré cuando escuché un diálogo en una conocida serie de TV que, por lo visto, va a volver a las pantallas.
5) "Novus Magnificat: Through the Stargate" - Este trabajo de la californiana Constance Demby lo escuché y, simultáneamente, lo grabé en cassette en una de las transmisiones del desaparecido programa radial "El Viaje Astral" por Telestéreo, no recuerdo exactamente cuándo. Es uno de esos buenos álbumes de new age que aspiran a la perfección. Precisamente por cosas así, me volví fanático de ese programa radial.
6) "The dark side of the moon" - Pink Floyd. Esto es rock de otro planeta. La primera vez que escuché un fragmento fue para un comercial de Altimatic en 1973. Lo escuché íntegro por primera vez en 1982, cuando un primo compró una copia extra pues la que tenía se había desgastado de tanto tocarlo. Estoy seguro de cosas así serían muy apreciadas por cualquier habitante de Kepler 444.
7) "Les chants magnetiques" - Jean-Michel Jarre. Para mí, este disco es más atractivo que "Oxygen". A decir verdad, es el disco de música electrónica que he escuchado más veces. Lo tengo en vinilo desde muy joven y, aunque no lo toco desde hace mucho tiempo, serviría bien para animar las noches en vela.
8) "The age of electronicus" - Dick Hyman.  Muy escondido para la generación actual, pero no para mí, este trabajo del multifacético músico neoyorkino Dick Hyman fue utilizado ocasionalmente en comerciales peruanos a principios de los sesentas. Un fragmento de "Blackbird" (que aquí se usó para una marca de televisores) lo utilicé para un video sobre la Feria del Libro Ricardo Palma y creo que me llevaría también este álbum.

Eso sería todo.  No creo en el redondeo al número 10. Además, quién sabe, tal vez en Kepler usen un sistema basado en el 8.

La imagen fiue tomada de aquí:  http://wallpaperhd.es/escena-fantasia/