martes, 30 de abril de 2013

El médico se cura solo


El 30 de abril puede ser un día significativo para algunas naciones: un 30 de abril George Washington juramentó como primer presidente de los Estados Unidos y un 30 de abril Hitler y Eva Braun se suicidaron (esa es la versión oficial) en su Bunker berlinés. A propósito de Hitler, como dato curioso, un 30 de abril se estrenó en España "El gran dictador" de Chaplin, pero recién en 1976, porque Franco la había prohibido durante 36 años.
Pero lo único que me interesa realmente, como ex estudiante de medicina, es que un 30 de abril ocurrió algo que llamaría la atención de propios y extraños: en 1961, en un puesto de la Antártida, el doctor ruso Leonid Rogozov tuvo que extraerse él mismo el apéndice.
Leamos algo del relato del propio Rogozov: "En la mañana del 29 de abril de 1961 no me sentí muy bien. Los síntomas eran debilidad, malestar general y luego náuseas, En una horas, apareció dolor en la parte baja del abdomen (...), la temperatura ascendió a 37.4ª C. Era claramente un caso de apendicitis.(...) No había posibilidad de obtener ayuda médica desde Myrni a tiempo, pues está aproximadamente a 4,800 km de la Estación Novolazarevskaya."
A partir de aquí, Rozorov empieza a narrar tanto en primera persona como en tercera, refiriéndose a él mismo como "el paciente". El aerólogo F. F. Kabot y el asistente R.N. Pyzhov esterilizaron los instrumentos. El meteorólogo A.N. Artemyev se haría cargo de los retractors, mientras que Z.M. Teplinsky manejaría un espejo para que Rozorov, a la sazón de 27 años, pudiera ver áreas específicas.
Rogozov se colocó recostado para posibilitarle la visión, descansando el peso sobre la parte izquierda. A las 22 hs. (tiempo de Moscú), el abdomen fue anestesiado con solución de Novocaína al 0.5%, 15 minutos después Rogozov practicó una incisión típica de 10 a 12 cm. Empezó entonces a buscar el apéndice, a ratos con ayuda del espejo, a ratos solamente palpando. "Era frecuentemente necesario levantar la cabeza", dice Rogozov, "para ver mejor". Se sintió muy débil luego de 30 minutos, así que tuvo que hacer pausas. Luego de la extirpación del apéndice, que tenía una perforación en la base, introdujo antibióticos en la cavidad abdominal, y la herida fue fuertemente suturada. La operación se completó a la medianoche. Rogozov recobró su temperatura normal en 5 días, y luego de una semana las suturas fueron removidas. Dos semanas después pudo regresar a su labores.
Rogozov fue galardonado con la orden de la Bandera Roja del Trabajo, desempeñándose luego como jefe del Departamento de Cirugía en Leningrado hasta su muerte el 21 de septiembre de 2000. En la web "Tejiendo el mundo" hay dos fotografías de la operación. El dicho "el médico se cura solo" no podía ser más explícito en este caso. Comparado con esto, la escena de "Rambo" donde se le ve cosiéndose una herida con aguja e hilo resulta, pues, cosa de Disney Channel...

lunes, 15 de abril de 2013

Biberones (cuento)


(Cuento publicado en la sección "El Dominical" de El Comercio, el día 14 de abril) 

A la enfermera, simple y llanamente, se le metió el diablo y empezó a cambiarles los brazaletes de identificación a los recién nacidos: al niño Lozano le puso el brazalete del niño Rosas, a la niña Bazán el de la niña Bertini, y se fue a su casa, pues ya había terminado su turno. Pero, poco después, se arrepintió y regresó al hospital. Ya era tarde: los críos habían sido recogidos para ser registrados como manda la ley. Así que prefirió tragarse lo que había hecho y rogar a Dios para que el tiempo hiciera su trabajo.
            Veinticinco años después, regresaron sus fantasmas, pero en una forma que ella no hubiera podido imaginar. Un hombre joven tocó a su puerta y, ante la sorpresa de la enfermera, le agradeció haberlo entregado a la familia Lozano, pues sus verdaderos padres, los Rosas, estaban ahora pudriéndose en la cárcel por haberse vendido al dictador que acababa de ser desalojado del poder. Algunos días más tarde, otro hombre, que dijo apellidarse Rosas, fue a ofrecerle un bonito presente — un bouquet de primera calidad — por no haberlo dejado con la familia Lozano, ya que los Rosas hicieron mucho dinero mientras el dictador estaba en el poder, y ahora el visitante se iba a Aruba para disfrutar del sol y las mujeres, al tiempo que preparaba su estrategia para liberar a sus padres presos —según él, víctimas de la represión revanchista de los que ahora usurpaban la palabra democracia —. Esa misma semana, una joven, Sofía Bazán, se apareció en el umbral para decirle a la enfermera que era un ángel del Señor porque, si no fuera por ella, habría terminado en una clínica de rehabilitación luchando contra una adicción a los analgésicos, por no mencionar una terrible anorexia y problemas legales de diversa índole. Y algunos días más tarde, se estacionó frente a la casa de la enfermera una limosina, de la cual bajó la famosa estrella de pop Xiomi Bertini, recién salida de la clínica de rehabilitación, para agradecerle infinitamente que no la hubiera dejado con esa familia de apellido Bazán, que no tenía dónde caerse muerta: ella no podría haber vivido en medio de toda esa miseria, pues era una celebridad y no abandonaría por nada sus casas de veraneo, despidiéndose luego mientras acariciaba a Aldo, su pomerano consentido.
            Entonces, la enfermera concluyó que ya podía estar en paz con su conciencia. El cambio de brazaletes, al final de cuentas, fue lo mejor que pudo haber hecho en su vida, a pesar de que la vida, precisamente, no la trató como ella se merecía. Cierto es que nunca se casó, que todos los novios se le fueron, que hace muchos años, luego de confesar finalmente el incidente del cambio, porque era algo que no la dejaba dormir, fue despedida, su licencia cancelada y a raíz de todo ello todos sus amigos la abandonaron; pero al final resultó que había hecho una buena obra, después de todo. Aunque, claro, siempre tuvo la curiosidad de saber por qué se le metió el diablo aquella noche, veinticinco años atrás. ¿Por qué? Algunas veces, se detenía frente al espejo y se decía, observándose fijamente el rostro, que el motivo de haber actuado así eran las dudas que tenía acerca de su propio origen, así como los problemas que enfrentó al intentar convencer a la gente, durante toda su niñez y adolescencia, de su versión acerca de su nacimiento. Después de todo, era difícil hacer creer a los demás — niños, adolescentes o adultos —, que una niña de cabellos rubios hubiera podido ser engendrada por padres negros…