martes, 28 de febrero de 2017

Drop dead Hollywood

Decidí no hacer caso de aquellos boicoteadores que pedían no ver la ceremonia del Oscar (porque sabían cómo iba a ser la cosa), así que me instalé frente al televisor de mi cuarto para verla en inglés, gracias al SAP del canal TNT, mientras el resto de la familia prefería otra estación. Pues bien, efectivamente fue lo que se esperaba.
Lo que me quedó claro es esto: Jimmy Kimmel haría un chiste sobre el entierro de su madre con tal de recibir un par de aplausos de sus amigos. Pues bien, debería dedicarse solamente a su programa, pero meterse a politizar la ceremonia solamente le sirvió para dos cosas: exponerse como el hipócrita por antonomasia de Hollywood y bajarle el rating a la entrega del Oscar: 13% menos que el año anterior entre adultos de 18 a 49 años, la peor en nueve años. Apuesto que la mayoría cambió de canal después de las primeras tres pataletas anti Trump del maestro de ceremonias. 
No es necesario un análisis del grado de hipocresía de este presentador: ver a Kimmel hablando de "conversar" entre demócratas y republicanos y un minuto después hacer burla del nombre de Maserhala Ali o del discurso de Viola Davis y recibir palmas por ello ya es bastante. Tampoco es necesario decir que al Sr. Kimmel le importan un carajo los inmigrantes o el Obamacare o lo que sea que no afecte sus ingresos. Lo que importa es esto: la hipocresía en ese recinto era prácticamente total, incluyendo a la misma organización tras bastidores. Basta mencionar el premio al realizador iraní, otorgado expresamente para que aparezca la iraní-americana (mucho más americana que iraní) Anousheh Ansari con un discursito a lo Sacheen Littlefeather hablando de la falta de respeto hacia el pueblo iraní... ¿Falta de respeto, señora Ansari? ¿Es que acaso no sabemos que en Irán, si usted apareciera en público así, sin el hijab, sería encarcelada? ¿O que en ese país el testimonio de un hombre vale dos veces el suyo? Pero las celebridades aplaudieron, los que se hacen llamar liberales aplaudieron a un país que ha ejecutado 5,000 homosexuales desde 1979 por el solo hecho de serlo, según Amnistía Internacional. Al que no quisieron aplaudir fue a Casey Affleck, a raíz de la acusación de dos mujeres sobre supuestos hechos ocurridos hace diez años. Eso, seguramente, les importa más que lo que les hacen a las mujeres o los LGBT en Irán. 
Eso es lo que pasa cuando un grupo de megalómanos sobrepagados se creen los líderes de lo que han dado en llamar "resistencia", como si los hubieran invadido alienígenas. Estos actores y actrices, desde sus mansiones de 6 millones de dólares en Beverly Hills y sus casas de playa en Malibú, se alucinan la voz del pueblo trabajador, del inmigrante oprimido, del refugiado.  Si Donald Trump es presidente, es en gran parte por esas "celebridades" que apoyaron a Hillary Clinton en contra de Bernie Sanders en las primarias, y ese tipo de apoyo lo conoce la propia Clinton desde que Oprah Winfrey apoyó a Obama en las primarias anteriores. Y luego de haberles salido el tiro por la culata la piconería hollywoodense más barata (como la de los payasos de los premios Razzie) salió a flote. Al final, llegó el castigo merecido para estos rascadores de lomos: el más grande papelón en la historia de los premios Oscar al momento de leer el premio a mejor película. Y esa es precisamente la única parte que quieren ver los que no sintonizaron la ceremonia. Lo demás, incluyendo la cara del hipocritón Jimmy Kimmel, para el olvido.