lunes, 17 de mayo de 2010

Taxonomía del Homo criticandi

Acerca de esta exquisita especie, surgida poco después de que naciera el papel, pero que pocos han osado catalogar, me permito hacer una clasificación tratando de describir cada clase de forma lo más concisa posible.
El Homo criticandi puede ser clasificado en cuatro categorías distinguibles, las que paso a describir a continuación.

El crítico condescendiente.-
Esta clase de crítico, por lo general, tiene muchos amigos entre los escritores, o en su defecto piensa que debería ser amigo de todos los escritores. Aunque no siempre es así. Muchas veces suele rendir dulía a autores ultramarinos que al columnista le agradan y le agradarán siempre. O bien sienten un arrebato de solidaridad con los noveles. Pero cualquiera sea la causa, lo cierto es que un buen día se mandan con églogas disfrazadas, que parecen lo que sea menos una opinión alejada de "preferencias personales". Veamos un ejemplo:

“Es Luis Mateo Díez uno de esos autores que despiertan pasiones cada vez que publica un nuevo libro, una constante que últimamente comienza a ser habitual. Porque es Luis Mateo Díez un creador de mundos novelescos que nos sorprende ahora en el 2001 con la remembranza de su vida de funcionario, visionada desde su particular atalaya: el Balcón de piedra al que se asoma todos los días desde la ventana de su despacho desde el que no sólo se ve la Plaza Mayor de su ciudad, Madrid, sino el traspaso de la vida desde el blanco y negro al technicolor”

A partir de allí, ya no hay prácticamente nada más que hacer con el resto. Está claro que el crítico ha tomado partido y se halla dispuesto al más llano de los elogios, por lo cual no podrá sacarse una conclusión certera acerca del libro en cuestión. Precisamente por actitudes similares, actualmente incluso algunas opiniones de Rodó se consideran desfasadas, como las referidas a Campoamor, por ejemplo. Por lo general, las reseñas de este tipo carecen de objetividad y, por lo tanto, son de valor dudoso.

El crítico despiadado.-
Este tipo de crítico, antítesis del anterior, no escatima esfuerzos en demostrar ser campeón de lanzamiento de dardos. Su patriarca es, quién lo duda, Juan Martínez Villegas, aquel español que en 1854 calificó a un poema de Espronceda como "poema sin pies ni cabeza, plagado de extravagancias y de ripios que, aun sin estos grandes defectos, sería indigno de la importancia que han querido darle por carecer de originalidad, pues no pasa de ser una copia imperfecta y rastrera del Fausto...", entre otras perlas.
Las opiniones de estos críticos no serán muy descriptivas en cuanto a la obra en sí, pero son expresadas con la suficiente saña para convertirlas en las preferidas de los hematófagos. Por supuesto, el paradigma de los sitios de internet que incluyen este tipo de reseñas sería “La Fiera Literaria”, pero un ejemplo más próximo lo tenemos a continuación, donde vemos cómo Leopoldo de Trazegnies arremete contra la novela de Jaime Bayly, "El cojo y el loco":

“Lo de Bayly es un alegato más, disparatado y narcisista, para justificar su zafiedad sexual. Como todos sus libros anteriores, está escrito desde el resentimiento. Su difunto padre tendrá que esperar y su madre resignarse; su bello niño (salió a ella) sigue queriendo que lo tomen por el enfant terrible de la familia aunque la edad empieza a convertir sus morisquetas en grotescos gestos de payaso viejo. La superficialidad de su texto es tan profunda, valga la paradoja, que causa hilaridad”

Y si les parece que eso es cruel, leamos lo que piensa Jean Mallart acerca de “El índice de Dios” de Roger Wolfe:

“Es la única vez que he tirado un libro a la basura en toda mi vida. Y eso que soy bibliófilo y era un regalo. Antes de leerlo no hubiera concebido la idea de destruir un libro, y menos habiéndomelo dado un amigo. Pero no soportaba tener esa “cosa” ensuciando mi biblioteca ni cometer la crueldad de endosársela a alguien (ni siquiera a un enemigo; mi rencor tiene un límite). Dice el autor que es un libro sartreano. Podemos omitir a Sartre y dejarlo en “ano”, ya que de sus páginas no sale más que mierda".

La importancia que tiene este crítico es que, la mayoría de las veces (aunque no todas), suele tener la razón. Sin embargo, existe cierto aspecto en la personalidad de sus lectores que no toma en cuenta la franqueza de las notas: cierto gustillo por ver cómo el anotador destroza la obra de alguien. Hay mucha gente que coincide en que es más divertido leer desplantes en lugar de alabanzas, pues aquellos son más amenos. Pero a esta gente, por supuesto, no le interesa apreciar las ideas centrales que pueda tener la reseña en sí.

El crítico de alforja y escopeta.-
Bajo esta categoría caen todos los llamados “cazadores de errores”. Escudriñan el libro página por página, para ver si el autor falla en los datos históricos, para destacar si se ha colocado en el texto no una roca sino una piedra de pirámide (como las encontradas en “La cuarta espada” de Santiago Roncagliolo).
Este crítico, en algún momento de su vida, sintió el llamado irresistible de los cuernos de caza a raíz de haber sido estafado por una edición mal hecha, de las muchas que hay, para volverse meticuloso con los párrafos, con los acápites y puntos y coma que suelen olvidarse, sin tener en cuenta que hasta a los mejores médicos se les olvida una gasa dentro de un paciente tras terminar su labor en la sala de operaciones. A partir de allí, luego de haber apabullado los clásicos (empezando con Madame Bovary, a quien Flaubert le cambia dos veces de color de ojos), empiezan a lanzar sus lebreles contra lo que les interesa realmente: lo que recomiendan las librerías. Con qué prolijidad anotan que en una novela de Dan Brown, un albino que se encuentra en Andorra escapa en tren luego de un terremoto, cuando allí nunca hay terremotos y tampoco hay tren; o estallan al notar que en el thriller de Stephen King, "Christine", uno de los protagonistas abre la "puerta trasera" del auto embrujado, un Plymouth Fury del 58, cuando ese modelo solamente tenía dos puertas laterales. O, para no ir tan lejos, hay que ver con qué habilidad descubren que, por ejemplo, Jorge Eduardo Benavides, en su novela “Un millón de soles”, hizo escuchar a Banchero un disco que apareció recién veintidós meses después de su muerte (“My Eyes Adored You” de Frankie Valli), o Luis Freire, en una de sus novelas, al referirse a los intérpretes de “The Sound of Silence”, Simon & Garfunkel, les llama “Garfield y Grandfunkel”, para espanto de los fans del celebérrimo dúo de Forest Hills. Pero algunos van más allá: que ya no se debe colocar tilde en la palabra "esta", que no hay concordancia gramatical entre el sustantivo A y el adjetivo B que está seis palabras a la derecha... El problema con estos profesionales de la opinión es que, por lo general, son tipos a quienes no les gusta casi nada.

El crítico ostentoso.-
Los ejemplares pertenecientes a esta hornada tratan en todo momento de demostrar que se graduaron con un ensayo de 764 páginas acerca de la modernidad-postmodernidad, se saben de memoria el tratado acerca de la Historia social de la literatura y el arte de Arnold Hauser y, con todo eso en la mochila, se aprestan a apantallarnos con palabras de acepción única y neologismos descaradamente atrevidos. Los lectores no habituados al lenguaje petulante han de leer sus opiniones seis veces antes de sacarles algo concreto. Párrafos como:

“Pero el ruido representa también la mundanidad, en la connotación de superficialidad de ese término, e implica además una noción de comportamiento social irreflexivo casi programático, como forma de oposición o de postulación hiperafirmativa de sí, y hasta de imperativo generacional”

son cosas que el mencionado lector no podría descifrar ni con piedra de Rosetta. Este tipo de material resulta apto para determinada élite, pero no para el comprador promedio que busca saber algo concreto acerca de tal o cual libro. A pesar de ser excelentes para los prólogos, cuando se ponen a divagar a cerca de algún lanzamiento en alguna publicaciión especializada no les sirven de mucho a las librerías y a las editoriales porque, sencillamente, no ayudan a las ventas.

Por supuesto, también habría mencionar al llamado crítico infalible, el que, aparte de no casarse con nadie, suele optar por un lenguaje familiar y siempre acierta con sus opiniones acerca de la calidad de una obra. Lamentablemente, esta clase solamente se conoce por referencias apócrifas y avistamientos aislados, lo que los coloca en el límite entre el descubrimiento sustentado y la ficción científica.

Eso sería todo respecto al llamado Homo criticandi. Fácil es evaluar si esta especie sobrevivirá o se extinguirá: puesto que la tecnología provee cada vez más a estos ejemplares de medios electrónicos que incrementan su capacidad reproductiva, puede afirmarse que su permanencia en el ecosistema literario está asegurada.

1 comentario:

  1. Falta el crítico cultural, que se la pasa hablando de lo que el libro o los personajes representan, pero nunca te enteras si es un buen libro. Los poscoloniales, que les llaman. Creo que en parte calzan con tu definición de crítico sofisticado, pero estos de los que yo hablo no se juegan ningún juicio de valor.

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