domingo, 3 de junio de 2012

¿Y qué esperaban?

Pobrecitos los que apostaron su plata por Perú en el Ganagol, y pobrecitos también los gandules que pagaron hasta 400 dólares por una reventa, para asistir al espectáculo brindado por medio equipo de fútbol con el cual ni el Pep Guardiola hubiera podido sacar siquiera un empate. Pero qué iban a hacer estos sufridos hinchas, estos alienados que al llegar las eliminatorias pierden el 75% de dignidad por los poros, sino ponerse la blanquirroja con los nombres de jugadores con piernas de marshmellow que ni siquiera iban a estar presentes, qué podían hacer si durante toda la semana anterior, gente como el inefable narrador y comentarista Daniel Peredo, con su sonrisa de botox y su incondicional apoyo a su puesto de trabajo, habló de las "grandezas" del fútbol peruano como si fueran las hazañas de Marco Polo, con sus dientes de azafata jubilada y su plana de segundones que fueron los primeros en salir a lamentarse, cuando horas antes habían dado entender que llegarían a arrancarse la vesícula si no ganábamos.
Ojalá hubiera alguna manera de hacerle entender a toda esa masa de hinchas afiebrados y enceguecidos que, para jugar un torneo de la naturaleza de estas eliminatorias sudamericanas, con justa razón calificado como el más competitivo del planeta, se necesita contar con una plana de gente bien preparada físicamente, con un trabajo que les asegure llegar en óptimas condiciones a disputar un encuentro. Por eso resulta risible que, luego del encuentro, uno de esos microfoneros de razonamiento parapléjico que hacen de reporteros deportivos, afirmó que el resultado era mucho premio para lo que había hecho Colombia. Es decir, que para este hámster del periodismo, en lugar de premiar a un equipo cuyo comando técnico hizo un trabajo previo responsable, procurando cuidar a sus jugadores, lo justo hubiera sido premiar a un equipo cuyo comando técnico se vio obligado a recurrir a suplentes en su mayoría carentes de técnica, físico, precisión y recursos, que tuvieron que estar ahí porque los titulares estaban golpeados, adoloridos, shockeados, rasguñados por un gato, demasiado bronceados, o más preocupados por sus caballos o su peinado que jugarse todo por su país.
Por otro lado, nunca deberían dejar que una empresa de televisión auspicie estos eventos, porque luego resulta una payasada sin gracia, que tras el desastre sigan pasando la propaganda de Movistar Hd afirmando que la selección nos iba a hacer gritar pero de alegría o el comercialito de Markarián, ideado por algún afectado por el espectro de alcoholismo fetal (como buena propaganda de cerveza Cristal), convocando al verdulero, al panadero, a la costurera o al repartidor de agua en los cerros para que se pongan la blanquirroja. Y peor aún, si se trata de una empresa como Movistar que mantiene en su lista de canales al canal 37, que desde el 16 de noviembre pasado no hizo sino pasar una tanda de dos minutos y medio sobre el fútbol peruano, día y noche, las 24 horas del día, como si con ello quisieran establecer un récord, aunque sirve como referente para medir el grado de estupidez que rige a los actuales administradores de la teledifusión peruana.
Si Markarián quisiera hacer lo correcto, tendría que irse por las buenas luego del partido con Uruguay (su patria natal), para dejar que algún profesional del fracaso (en el ciclo anterior tuvimos al Chemo del Solar, quien con la U ha mostrado esta temporada que sus atributos como rey de la baja siguen vigentes) tome la posta y luche con Bolivia por no ocupar el último lugar de la tabla, que es a lo único que se puede aspirar. Pero eso ya es asunto suyo. El asunto nuestro debería ser: tratar de ocupar la mente en otras cosas, tratar de no caer en el comportamiento esquizoide de los que siempre terminan jugando a las matemáticas faltando seis fechas, y sobre todo, tratar de no sentirse tentados a comprar una popular cuando llegue el partido con Venezuela en Lima y guardar esa platita para algo más productivo.
Pero, qué mas da, algunas personas nunca entienden.

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