jueves, 21 de junio de 2012

Mozos de estoque

En días recientes, Mario Vargas Llosa invocó, en forma solapada, a la "poderosísima Real Sociedad Protectora de Animales del Reino Unido" para que se encarguen de deshacer la obra del británico Damien Hirst, puesto en ella se han sacrificado mariposas y (léanlo bien) moscas para su exhibición titulada Enlightment, aparte de haber colocado una cabeza de vaca para otra exposición llamada Mil Años 1990. Lo que deja dudas sobre el valor de su artículo es si las palabras de un rabioso pro taurino deberían ser escuchadas cuando se trata de hablar de los derechos de los animales.
Como se sabe, en marzo de este año un grupo de representantes de cepa burguesa light en vías de extinción firmó un execrable manifiesto pro taurino propuesto por nuestro Premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, con una muestra tal de sumisión que haría palidecer la firma del acta de sujeción que los generales del ejército hicieron ante Montesinos. Y digo execrable por lo que significa, aunque debería añadir estúpido, por los seudo argumentos de los que se vale para justificar la existencia de un espectáculo morboso al que, religiosamente, acuden las mismas caras a verse unas a otras y conversar de las mismas cosas que se gastan en el Delicass o en la exhibición de pintura y escultura indigeribles de la primita tal, heredera del apellido cual.
Debo aclarar, como ya lo expresé en un post anterior, que estoy en contra de las corridas por motivos muy distintos a los expresados por los anititaurinos modernos. Lo que quiero señalar aquí son cosas referidas al manifiesto, cuya única característica positiva es que su relevancia y fuente de discusión en medios nacionales e internacionales solo duró... 48 horas. Dice Vargas Llosa:
"Los espectáculos taurinos son una tradición profundamente arraigada en el Perú criollo, mestizo y andino", y por supuesto, se prende de las fiestas patronales para clavarles la espalda a los detractores. Mire, señor. Una "tradición" no es algo que usted y su grupo de narices respingadas pretendan definir acomodándose a su particular mundito de terciopelo, que es el único que conocen muchos de los firmantes. Mire usted dónde está ubicada la Plaza de Acho y miren, señores firmantes, dónde viven ustedes (la gran mayoría, por supuesto). Díganme ahora con qué cara se atreve a decir que el espectáculo está "profundamente arraigado" en el Perú mestizo, cuando a toda esa gran masa del Rímac, San Juan de Lurigancho, San Martín de Porres, y el Cercado le llega altamente al péndulo el inicio de la feria de Octubre. Son solamente ustedes, señores firmantes de San Isidro y Las Casuarinas a los que se les hace agua la boca ante la proximidad del primer banderillazo.
Otra cosa verdaderamente lamentable es que los señores firmantes parecen no tener la más miserable idea sobre la historia de las corridas de toros en el Perú. El propio Vargas Llosa lo demuestra, al decir: "Las corridas de toros son un espectáculo de masas que no generan manifestaciones violentas, ni actos vandálicos, agresivos o de fuerza dentro o fuera de las plazas de toros". En cuanto eso, debería agradecer a los ingleses la invención del fútbol, puesto que ello se llevó toda la carroña a sus molinos. Pero si Vargas Llosa defiende su posición apelando a supuestas "tradiciones", debería empezar por investigar primero lo que nos quiere endilgar. Leamos entonces al cronista Manuel Atanasio Fuentes, en su "Estadística General de Lima", publicada en 1858.

"La necesidad de ir á toros era tan fuerte en los habitantes de la capital, que una persona se hubiera creido desgraciada si á costa de un sacrificio ó de un crimen no pudiera procurarse el placer de ver morir á un toro á manos de un hombre o á un hombre en las astas de un toro. (...) La muger de vida alegre mandaba á un usurero uno de sus vestidos ó su cama; y el populacho, ménos escrupuloso, pero no ménos apasionado al espectáculo, se entregaba al hurto y al robo, con desenfreno, en los días próximos a una corrida. Antes, como ahora, en el interior del edificio se vendian comestibles y licores, y esto ocasionaba regularmente el mayor gasto. La plebe no goza sin aguardiente; se embriagaba siempre o casi siempre, y de allí las riñas, las heridas y las muertes. "

Esto no lo dice un grupo de antitaurinos de esos que se tiran al suelo semidesnudos con una banderilla amarrada al cuello, como ocurrió una vez en Zaragoza el 2008. Esto lo escribió un renombrado cronista a mediados del siglo XIX. Ahí está, pues, la "tradición" que quiere el señor Vargas Llosa hacer prevalecer sobre la mente de los que no comulgan con la insanía de su círculo.
Finalmente, el Premio Nobel considera a "la cultura taurina": "poseedora de un hondo contenido simbólico y artístico, que es formativa y que busca la sensibilidad profunda del espectador". Lo único que le pediría a este señor, o a cualquiera de los firmantes, es que alguno de ellos describa con propiedad, por ejemplo, el contenido artístico de la cornada en el ojo que le destrozó los sesos al torero Manuel Granero y Valls en 1922, y pongo este único ejemplo porque ya me extendí sobre eso en el post mencionado arriba.
Lo único que añadiré aquí es que me resulta francamente nauseabundo que el presidente de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, Diego García Sayán, haya firmado un manifiesto que apaña un espectáculo a todas luces inhumano. Pero, qué se puede esperar de un grupo que actúa como el colectivo de los Borg en la serie de Star Trek. Porque, sean escritores, juristas, cineastas, artistas plásticos, periodistas o lo que sea, en el fondo son todos igualitos: "Resistance is futile".

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