martes, 5 de julio de 2011

"Pleasant Palisade"

Una de las primeras cosas que escribí fue una extraña novela acerca de una adolescente de 13 años, natural de Maryland; cuando sus padres se divorcian y ella se ve obligada a mudarse con mamá a una zona rural, ella escapa y trata de alcanzar a su progenitor que ahora se encuentra en Maine. Pero en los bosques del condado de Summit, Ohio, se pierde y termina en una comunidad donde habita una serie de personajes extraños. La novela está dividida en dos partes, la primera dividida a su vez en dos secciones: un diario descrito en 7 capítulos y un libro de memorias descrito en 11, y la segunda un cuaderno de memorias que ocupa 14 capítulos titulados. En total, son más de 81,000 palabras sin corregir, distribuidas en 233 páginas que jamás imprimiré.
Me pregunto cuántas personas tienen una obra que jamás nadie conocerá. Pero me gustaría saber, realmente, cuántos son los que poseen un manuscrito que cumpla dos condiciones: 1) Que sus autores no quieren que nadie lea y 2) Cuyos autores no quieren deshacerse de él. Parecen excluyentes, pero, por esas curiosidades del comportamiento humano, no lo son.
No es difícil hallar gente incapaz de lanzar al tacho algo que ya no les gusta. La mujer que guarda el vestido apolillado que usó en su graduación, el viejo rockero que no tiene intenciones de triturar su gastado long-play de Silvana di Lorenzo. Pero una creación propia provoca una ligazón más fuerte aún. Así, el escritor que no se deshace de un rollo que ahora le parece impublicable, no lo hace porque en algún momento le dedicó su tiempo sobre cosas que podrían haber sido prioritarias en su oportunidad. En mi caso, mi novela me acompañó muchas noches, cuando mi computadora era una PC XT y el Word 5.0 para DOS era lo más acabado en procesadores de texto, pero ahora debo reconocer que, examinada veinte años después, resulta siendo simplemente un ejercicio menor y problemático..
Cuánto tiempo más la tendré en un archivo ermitaño, cuántos años más descansarán esas líneas, esos lugares ubicados entre una nieve que no cae en nuestras costas, esos personajes (una adivinadora, un hombre que se niega a cruzar puentes, una coleccionista de muñecas raras, etc., pero sobre todo Mary Alexandra, la adolescente protagonista de la historia), ya no es cuestión que me competa a mí. Que lo decidan las estaciones, las puestas de sol, que lo decidan quienes quieran llevarse todo esto, dentro de veinticinco o treinta o cincuenta años, de aquí... aunque probablemente nadie la leerá de todos modos. Porque si de algo me precio, es de saber colocarles contraseñas infranqueables a mis documentos privados.

Imagen tomada de aquí: http://estefania-tang.blogspot.com/2009/10/girl-in-woods.html

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