
Tal vez no debí entrar por el jirón Cápac Yupanqui. Esa entrada no es muy acogedora: un poco de soledad taciturna incrementó el frío abusivo que se colaba por debajo de mi abrigo. Llegué hasta una boletería en donde había que hacer lo que parecería inusitado en otras ferias del libro conocidas: pagar entrada. No me sorprendió ver una fila de engatusados para ver, una hora después, al periodista y dizque escritor Jaime Bayly, quien presentaría entonces su último libelo. La ignoré olímpicamente y entré en lo que parecían ser las entrañas de una serpiente roja. Un poco deprimente la vista, desde esa perspectiva, un ambiente muy apagado era el que ofrecía esa sección. Un poco más de claridad la obtuve al llegar a la entrada que da hacia Salaverry, para poder apreciar cómo las estatuas del parque nos veían pasar. A pesar de todo, en comparación con otras ediciones, era evidente que la luz no era la misma: tenía cierta opacidad particular, y no le voy a echar la culpa al día nublado, porque no lo era tanto. Sentí que la claridad no era suficiente: igual tuve que gastar las baterías en flashes una y otra vez.

"El cabrón que me operó, me tenía que operar del hígado, pero se equivocó: tenía que ser mexicano (...). Las enfermeras eran todas haitianas, de las que hablan en créole, y tú sospechas que, si tú te descuidas, te van a comer un brazo, ¿no? Yo dije, yo no me duermo aquí ni a cojones, deben ser antropófagas. En Haití, después del terremoto, no quedó ni un perro. Todos estaban fritos."
Y la multitud, babeante, lo aplaudía.

Salí de allí de inmediato para hacer un último recorrido por los stands que me faltaban. Posteriormente, me dirigí a la sala Blanca Varela, donde se iba a presentar Luis Hernán Castañeda. Allí, los tres acompañantes del autor, entre ellos el editor Alvaro Lasso, se extendieron en hablar acerca de las bondades tanto de la novela en cuestión, "El futuro de mi cuerpo". A Castañeda solo le quedó tiempo para leer un fragmento (a decir verdad, la parte final) de la novela y agradecer. No fui al stand a comprar el libro firmado, nunca hago eso. Por algún motivo, que no me interesa averiguar, nunca le pido firmas a nadie.
Todavía tuve tiempo, durante la última parte de esa tarde, para comprobar que ese frío inmoral que nos está atravesando a todos, que se ha dado el lujo este año de batir un récord, se encontraba presente también dentro del recinto ferial. Ni siquiera podía meterme las manos a los bolsillos del abrigo, pues en uno estaba la grabadora y en otro la cámara. Ya fuera del recinto, la cosa fue para peor, pues empezó a lloviznar.
Luego de esta experiencia criogénica, no sé si resulte provechoso regresar otro día que tenga pinta de ser igual de helado. Pero yo ya tengo un pequeño plan de visitas, así que, si el clima sigue fastidiando, supongo que tendré que proteger de algún modo las manos con las que escribo. El frío en las manos es el que más me molesta, más aún que cualquier cosa que pudiera incrustárseme en el pecho.
Luego de esta experiencia criogénica, no sé si resulte provechoso regresar otro día que tenga pinta de ser igual de helado. Pero yo ya tengo un pequeño plan de visitas, así que, si el clima sigue fastidiando, supongo que tendré que proteger de algún modo las manos con las que escribo. El frío en las manos es el que más me molesta, más aún que cualquier cosa que pudiera incrustárseme en el pecho.
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