Pensé que sería fácil comprar los dos libros del Premio Copé 2018, pero fui a un par de librerías cercanas a mi domicilio y nada, así que decidí acercarme a las oficinas de Petroperú. Fui el día 28 a las 2 de las tarde. Para ello, tengo que tomar primero un micro hasta Juan de Arona y recorrer toda la avenida a pie hasta Córpac, no hay otra. Llegué al edificio, donde una señorita dijo que todo el mundo había salido y me dio un número de anexo para llamar cuando la gente regresara. Me dispuse a matar el tiempo entrando a una exposición que se halla en otro ambiente del complejo y recordé que la librería Casatomada estaba en Juan de Arona, la había pasado de largo. Llamé, pero sin resultados: la empleada ni siquiera estaba segura de saber qué libro estaba buscando. Así que seguí esperando. Luego de treinta minutos de llamar inútilmente al anexo de Petroperú, me enteré que ese día se presentaban los libros en la Universidad Villarreal y todo el mundo estaba allá. No iban a regresar, aunque sí me mandaron los precios de los libros por messenger.
Tomé uno de esos micros que van por todo Alfonso Ugarte y a esa hora, en la Plaza Bolognesi, se produce uno de los embotellamientos más malditos que he visto: 28 minutos atracados. Cuando llegué a la Villarreal ya no había nadie, ni siquiera dejaron una mesita para vender los libros. Entonces me fui al jirón Quilca para comprar algunos vinilos y así ganar algo por el viaje. Cuando yo compro discos sencillos, primero hago consultas por internet porque solo me interesan los discos que nadie ha subido a la red, pero justamente se me acabó el saldo y no tenía datos, lo había gastado todo con las llamadas a Casatomada y Petroperú. Ni siquiera pude llevarme algo de allí. Viaje perdido.
Como me he jurado no subirme al corredor azul (primero muerto que comprar tarjetas), caminé hasta Arenales para subirme a una línea que me llevara a Risso y de allí tomar otra hasta mi casa. La que tomé en Risso tuvo un problema, nos devolvieron el pasaje y tuvimos que bajarnos todos. Tuve que tomar una línea más en la Av. Jorge Basadre. Al final, terminé tomando cinco carros distintos en una misma tarde, algo que no recuerdo haber hecho nunca.
Al día siguiente fui más precavido y llamé primero a Petroperú. Por fin, me respondieron diciendo que sí podían atenderme. Fui pensando que nada extraño podría ocurrir ahora; me subí en Conquistadores, llegué nuevamente a Juan de Arona y empecé a caminar. Y resulta que, al lado de la casa hacienda donde ahora está Astrid & Gastón, como surgida de una nube de azufre, se aparece una conocida señora de esas que tiene la costumbre de pedir plata por la calle, encuentro inaudito porque esa mujer vivía cerca de mi casa y no la veía desde hacía mucho tiempo.
- Hola... ¿cómo está? ¡Qué milagro! Ay, fíjate, me tuve que ir de Miraflores, se me venció el contrato y no tengo ni para el pasaje... ¿me puedes dar?
Saqué un sol y se lo iba a dar para dejara de joder pero salió con otra cosa.
- Ay, no seas malito... mira, allá hay un quiosco, cambia y me invitas una gaseosita...
Todo aquel que conozca a esa clase de personas sabe que a veces es difícil encontrar la manera de deshacerse de ellas. Yo le dije que estaba apurado por irme a la Av. Córpac, la dejé con el sol en la mano y salí corriendo sin mirar atrás. En Petroperú, me recibieron para decirme que los pagos se efectúan en la oficina de Interbank que está dentro del edificio. Me hicieron pasar por el detector de metales pero un nuevo roche ocurrió al vaciar mis bolsillos porque justamente estaban llenos de monedas como nunca. "Rompiste el chanchito", dijo una recepcionista. Pasé al interior y no había nadie en la ventanilla de Interbank. Tuve que esperar veinte minutos (una señora también llegó, ardiendo de cólera detrás de mí) para pagar los 35 soles (15 por el libro de cuentos y 20 por el ensayo, lo cual es curioso porque el ensayo tiene la mitad de páginas). Es más, tuve que ir a la ventanilla dos veces porque en Recepción notaron que al cajero se le olvidó sellar la salida, sin lo cual no podía abandonar el edificio. Por fin, me entregaron los libros. Todo por no esperar hasta la Feria de Libro para leerlos, pero quién sabe, tal vez por mi maldita mala suerte a Petroperú se le ocurría no asistir en esta ocasión.
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