Ese 10 de octubre de 2017, la gente estaba a la expectativa de lo que podía pasar en el campo deportivo. La selección peruana de fútbol había empatado en la Bombonera y
todos esperaban el triunfo ante Colombia en Lima. El presidente
Kuczynski acudió al Estadio Nacional, para estar allí al término
del partido. Las cosas se dieron como se esperaba: Perú derrotó a Colombia y
Chile cayó ante Brasil de visita, con lo cual Perú se aseguró la
clasificación directa a la Copa del Mundo. El presidente
Kuczynski bajó al terreno de juego a agradecer a los
seleccionados dirigidos por Ricardo Gareca, luego de lo cual los dejó
porque tenía que atender un importante asunto de Estado.
La gente, en las calles, empezó a organizar las caravanas. En
Lima, los hinchas tomaron por asalto el Parque Central de
Miraflores, de la misma forma en que lo hicieron cuando Perú
clasificó la última vez a un Mundial, allá por 1982. La calle de las pizzas estaba repleta, con televisores de plasma por todos lados repitiendo los goles en medio de una marejada de alcohol en las mesas. A las 11:30 p.m., en el clímax de las celebraciones, los canales interrrumpieron sus transmisiones para dar pase a un Mensaje a la Nación.
"... por estos motivos, en aras de la reconciliación nacional, he decidido ejercer mi facultad de indulto prevista en el artículo 118 de la Constitución, y en consecuencia, otorgar el indulto humanitario al ciudadano Alberto Kenya Fujimori Fujimori, por lo cual dispongo su inmediata excarcelación", decía la parte final. Los espectadores hicieron comentarios como "¡Ya ves! Esto es lo que estaban esperando!", etc., antes de que las pantallas nuevamente empezaran a llenarse de imágenes deportivas.
El fervor por la clasificación continuó, pero en otras partes la indignación empezó a cundir; las agencias internacionales de noticias rebotaban la decisión del presidente Kuczynski, la condena a dicho acto brotó de los labios de los grupos de derechos humanos. Pero en la mayor parte del país eso no importaba, la selección estaba en el Mundial, eran casi las 12 de la noche y no había más que hacer que celebrar.
Al filo de la una y media, una turba naranja se aproximó al Fundo Barbadillo para esperar la salida de su líder. Los canales de noticias empezaron a perder audiencia porque empezaron a cubrir el acontecimiento político y la gente quería ver más sobre el triunfo de la selección, de modo que la mayoría de la población no vieron cómo, ante las cámaras de RPP y Canal N, un anciano aparecía en las puertas de la DIROES, deslumbrado por los reflectores y los flashes, pero saludando con una mano a todos sus correligionarios, que se agolpaban llorando de emoción a su alrededor, y más al ver que su amado líder no llevaba encima un traje corriente, sino otra cosa que era más importante aquellas primeras horas del día 11 de octubre: la camiseta nacional, planchada y almidonada, traída de antemano a través de canales oficiales.
En Palacio de Gobierno, el presidente Kuczynski, rodeado de algunos parlamentarios que lo acompañaban en esa noche de gloria del fútbol peruano, le susurraba al oído a su Presidenta del Consejo de Ministros: "Menos mal que clasificaron directo, Meche ... ¿te imaginas si hubiéramos tenido que prolongar esto hasta el repechaje?"
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