Hace unos seis años, se me ocurrió meterme a un pequeño taller gratuito en la Casa de la Literatura. Yo nunca he creído en esas cosas, como tampoco cierto escritor que vino a la Feria del Libro del 2008 y dijo que no servían para nada (ojalá pudiera recordar el nombre, pero era uno que también dijo que no le gustaba Bryce). Uno de los ejercicios que hicimos fue tratar de describir qué podría estar haciendo una persona dibujada en un papel. Era el dibujo de un hombre frente a un espejo, rodeado de ciertos elementos. A mí no se me ocurrió absolutamente nada, terminó el taller y dejé mi respuesta vacía. Pero, al día siguiente, me detuve en una conocida pastelería de Angamos, donde escuché a una pareja de esposos discutir sobre asistir o no a una sesión de terapia. Esa misma tarde empecé a escribir las páginas de un cuento nuevo, cuyo borrador terminé en tres días.
Luego me inscribí en un taller a cargo de un escritor que casi todo lo hablaba con esdrújulas. Allí "aprendí" que el cuento "El Caballero Carmelo" estaba pésimamente escrito (aquí voy a hacer un pequeño acápite: "pésimamente" está plenamente aceptado por la Academia, y se supone que ellos saben todo. Lo que no se pude decir es la burrada de "pésimamente mal", frase que algunos cómicos ambulantes deben practicar por ahí). Resulta que Valdelomar no empezó con una oración relacionada con la historia, sino que se manda con un largo prolegónemo que no va con las "normas" que deberían ser seguidas por todo cuento moderno. Asistí a una segunda sesión, pero entonces, convencido de que mis ideas para escribir no eran negociables, no regresé al susodicho taller.
Las ideas propias, cuando conducen a algún fin lícito y beneficioso, no tienen precio. No voy a escribir como otros pretendan que lo haga, no voy a "adaptarme". Obligarse a escribir "de cierto modo" no puede originar creaciones de gran calidad, a no ser que la persona esté participando en un concurso temático. Escribo de cosas que nunca me han pasado (porque sé que escribir sobre mis experiencias personales originaría un producto extremadamente aburrido) y no suelo ubicar mis historias en Lima, porque la gente que se ocupa de eso, por lo general ya no logra salir de ahí (literariamente hablando, por supuesto). Y ocuparme de la ciudad como esta, en el estado social y de inseguridad ciudadana en la que se halla, no es para mí. Son otras cosas las que originan mi estilo, del cual no pienso claudicar.
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