miércoles, 25 de enero de 2012

¡Espósenme... soy un ladrón!

Hace algunos días, me dirigí a un conocido supermercado a comprar pan. Había dejado la computadora encendida, subiendo un video, de modo que mi entrada al local y mi regreso tendrían que ser muy rápidos. Pero me di tiempo para coger una botella de jugo y dirigirme a pagar. Ahora, preocupado por la computadora, no sé qué diablos me pasó, pero lo cierto es que comencé a pensar, como comúnmente se dice, "en las arañas", de modo que salí de allí sin pasar por las cajas, con la bolsa de pan pesada y etiquetada y la botella de jugo en la mano derecha, como si tal cosa. Pasé delante de los vigilantes que se hallan dentro, crucé la pista y me di cuenta de todo tres cuadras más allá.
Regresar a pagar desde allí me pareció francamente estúpido, de modo que seguí mi camino, pero concluí que lo único que se necesita para salir de estos lugares con cualquier cosa en la mano es la frialdad. En mi caso, como ni siquiera me di cuenta de lo que estaba haciendo, debo haber mostrado el rostro más conchudo del día.
Llegué a mi casa con el pan y la botella de jugo, apagué la computadora porque el video ya había sido subido, y me puse a pensar... ¿Cómo pudo pasar esto, así de fácil? Para verlo bien, hay que observar bien el panorama. En este tipo de supermercados hay personal en la entrada, pero al parecer son personas que solamente están ahí esperando a ciertas señoras que compran en camionadas, para llevarles los carritos rumbo a los vehículos, o rumbo al domicilio si está cerca. Dentro del local, el personal parece estar vigilando únicamente los anaqueles a ver si alguien se mete mercadería en la ropa. No están condicionados para otra cosa. Finalmente, respecto a los operadores de las cámaras de vigilancia, no parecen actuar en la panadería porque tienen la idea preconcebida de que nadie va a ser tan bestia de arriesgarse por robar tres soles.
Aún así, lo que ocurrió todavía me parece surrealista. Por motivos obvios, al mencionado supermercado no he vuelto a ir, pero quién sabe, tal vez un día esté pensando nuevamente en las arañas, pero en la calle, y me meta sin querer a la misma tienda. Entonces habré de pagar por mi terrible crimen.

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